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El rol de profesor según Roberto Dengra

El rol de profesor es un aspecto muy importante que determina la motivación y la aceptación de las enseñanzas en un alumno. En las siguientes líneas, Roberto Dengra nos lo explica siguiendo con la entrevista que empezamos en la anterior publicación.

… Por eso dejé la natación competitiva muy precozmente, pasó de ser una actividad placentera a ser yo un juguete para los “mayores” y no me daba la gana.

  • Pero seguiste con la Natación ¿No?
  • Sí. Empecé a trabajar muy pronto, a los 16 años, compaginándolo con los estudios básicos que consideraba imprescindible aprobar. El cómo lo logré forma parte de otra historia.

Trabajé de repartidor, de mensajero, de lavandero, en bomberos… y empecé a trabajar de monitor o, como me gusta decir, de docente.

  • ¿Ahí es, entonces, dónde empezaste en este camino de la educación?
  • Docente… Pufff… Y ahí estaba yo, con 20 años, al otro lado, desarrollando el rol de profesor. Yo nunca odié a ninguno de los que tuve, a pesar de las vejaciones y tortas sin razón recibidas.Pero también tuve la suerte de tener profes buenos. De estos he de destacar que me comprendieran y supieran sacar de mi lo mejor que tenía y hacerme ver de lo que soy capaz en manos de un buen profesor.

Ese sería mi espejo para realizar esta nueva empresa laboral que emprendía con tanta ilusión y que tanta responsabilidad entrañaba.

Un profesor puede un día no explicar bien una lección y no pasa nada, pero nunca, y digo nunca, puedes reprender a un alumno sin razón, ni ser desproporcionado en la reprimenda, si has de hacerla. Asumí que tenía que enseñar y educar.

Enseñar a nadar lo tenía fácil porque dominaba la materia y sabía cómo transmitirla, pero en el aspecto de educar lo tenía aún más fácil aún sin saber muy bien, al principio, cómo hacerlo. Pero tenía muy claro cómo no quería hacerlo, me fluía.

Empecé en el patronato deportivo municipal de Toledo teniendo a mi cargo grupos de alumnos muy numerosos, pero es lo que había. Me sirvió para adquirir recursos y experiencia, mis alumnos estaban muy motivados y venían a clase muy alegres.

En mi ánimo de perfeccionismo empecé a idear cuáles serían las circunstancias idóneas para poder impartir las clases de un modo óptimo: Características de las instalaciones, ratios, material, formación específica, etcétera.
Lo que buscaba era un centro en el que poder atender a los alumnos de un modo personal, en el que poder atender dentro del grupo a cada alumno, teniendo en cuenta su personalidad particular y poder tener a todos motivados y hacerlos sentirse queridos y que ellos también estrechen lazos vinculares con sus compañeros.

  • Esto me huele a los gérmenes de lo que hoy es Trampolín ¿No?
  • Tal cual. En ese entorno podría desarrollar un trabajo de educación artesanal en el que un niño inquieto por naturaleza fuera capaz de durante la sesión estar continuamente motivado y canalizando su energía de un modo guiado, porque lo que se le demanda hacer y el modo de exponérselo le resultase atractiva, además de hacerle sentir importante como para captar su atención y la acción a desarrollar sintonizase con lo que a él le gusta hacer.

Ahí es donde entramos en el rol del profesor. Motivando al alumno, reconociéndole los aciertos, corrigiendo con cariño los errores y haciéndole ver en éstos el reto a mejorar, siempre con ayuda del docente que le facilite referencias acordes con su edad y su etapa madurativa, por ejemplo, enseñándole con cuentos infantiles.

Podía haberme conformado y haber continuado dando clases donde estaba, como tantos compañeros que tenía, que incluso alguno continúa allí quejándose de que tiene muchos niños por grupo y que si los niños pasan frío… Yo, no.

Mientras la gente de mi generación vivía a la sopa boba yo tenía varios trabajos, ahorraba, me formaba en cursos y seminarios específicos para poder poner los cimientos del modelo educativo que deseaba poder ofrecer.
Fruto de todo esto, a los 25 años, vi cumplido mi sueño de inaugurar mi propia escuela: ¡La escuela de actividad acuática Trampolín!

Continuará…

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